Gané, pero me perdí en el silencio

Solía pensar que ganar significaba pulsar ‘Spin’ una vez más. Crecí en Brooklyn, donde los ritmos de la samba de mi madre se encontraban con la precisión de mi padre — un hogar donde el caos y la calma convivían. El casino no era un templo de fortuna; era un espejo. Cada carrete giraba no por dinero, sino por memoria. Jugué tragametas de alta volatilidad bajo neones parpadeantes, persiguiendo ‘Extended Wilds’ como poemas que se despliegan en la oscuridad. Mi presupuesto? $20 por noche. Mi meta? No ganar — sino oír el sonido entre los giros. Las tasas RTP son solo números en papel. Lo que importa es cómo tu respiración se ralentiza al esperar algo que nunca llega. Una vez pasé cuarenta minutos mirando una pantalla mientras la lluvia golpeaba contra el cristal — ninguna fortuna llegó. Y aún así — regresé. El verdadero bono no estaba en el pago; estaba en irse. En esta era digital, no jugamos para escapar la soledad — jugamos para recordar que estamos vivos.